Este texto ya lo escribí hace un par de semanas, en otro día de lluvia... No me parecía justo relegarlo al olvido:
La lluvia huele hoy a frío amargo. Calan su ropa las lágrimas del cielo y le da igual. La gente se resguarda bajo los paraguas y él, apoyado sobre su paraguas, se siente enclenque y diminuto, pero le da igual, todo le da igual. Antes era una roca tan fuerte de la montaña... pero vino el viento y a fuerza de constantes ráfagas la erosionó. Y luego vino el agua y se coló entre los poritos y lo ahuecó. Era una roca tan fuerte... Y la lluvia lo empapa con su frío de muerte, llega hasta su corazón y lo encharca, y él siente la muerte que le mata el alma, pero le da igual. Su alma agoniza entre lodos resbaladizos y un torrente de tristeza y muecas de sonrisas la anegan. Pero todo da igual. La gente comienza a cruzar al ponerse el semáforo en verde, pero para qué cruzar. Para qué caminar a diario. Para qué llegar al final. Si todo da igual... Y cuanto más le cala la lluvia, más impermeable se vuelve. Está volviendo a ser roca. Con el tiempo, volverá a ser parte de la montaña. Poco a poco, pero ya ha comenzado, su corazón se empieza a endurecer como una piedra... Todo da igual.